La casualidad ha
querido que me encuentre en Katmandú en el segundo aniversario del terrible
terremoto que se llevó por delante miles de vidas.
Y precisamente
hoy, 24 de abril de 2017, he atravesado uno de los lugares más afectados por el
seísmo, para poder llegar a la casa-granja de Janet y Bill. Una irlandesa y su marido
sudafricano que recalaron hace 11 años en este país que enamora, y de donde no
parece que tengan intención de marcharse.
Conocí a Janet en
Bal Mandir Naxal, hace por lo menos 9 años. Ella visitaba periódicamente el
orfanato más grande de Nepal, para estar con todos los niños pero especialmente
con un grupo de adolescentes que la adoraban. Entre ellas estaban Kalpana,
Basantí, Binda… todas ellas becadas por Ruta6 y actualmente convertidas en
adultas independientes y maravillosas.
Aquellos que les
conocen más, aseguran que son de esos seres buenos que hacen del mundo un lugar
mejor. Yo sólo puedo decir que son generosos, amables, solidarios y
emprendedores, sobre todo emprendedores. En una zona rural a pocos kilómetros
de Katmandú, se encuentra su granja, un lugar sorprendente en cualquier lugar
pero más aún en este, uno de los países más pobres del planeta.
La
sostenibilidad, el aprovechamiento mutuo, el máximo respeto al entorno, todo
ello ubicado en una ladera desde la que se puede observar un enorme buda dorado entre los árboles del
bosque que les rodea.
La casa
construida con gruesos muros de paja y ladrillos elaborados por ellos mismos,
reúne entre otras cosas un aula en el que entrenar a las personas interesadas
en su forma de vida: la acuoponia. (Estanques con peces y cuyos desechos sirven para alimentar los cultivos en agua de
diferentes verduras que finalmente alimentan a los clientes de muchos
restaurantes de la capital).
Placas solares
para la electricidad, biomasa generada a través de la fosa séptica y que
produce gas para la cocina, etc, son los sistemas implementados por esta pareja
que un día decidió quedarse a demostrar que este país tiene grandes recursos
por aprovechar.
Mientras que lo
consiguen, dan trabajo al menos a siete personas, la última en incorporarse hoy
mismo ha sido Sita, niña huérfana de Bal Mandir. Y la historia termina donde
empezó.
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